miércoles, 20 de agosto de 2014

22 & pensioner

En mi época del instituto iba felizmente indocumentada por la vida sin mayor problema. El único papel que me identificase era mi carné de estudiante. Por lo menos me servía para que me hiciesen descuento en el cine y que en los recreos me dejaran salir.
Al comenzar la universidad ya "me había hecho mayor" y tenía la obligación de ir documentada hasta para tirar la basura. Imagínate que en tus bolsas llevases los restos del desaparecido Señor Pollo y el comisario del Chicken-CSI te pide que te identifiques por una posible implicación en el asesinato del susodicho. No vale con decir: -Yo solo me lo comí, no lo he matado. (Pero con el DNI encima una sale impune).
El caso es que no estaba acostumbrada a llevar tantas cosas encima (nisiquiera solía llevar bolso). Y, por consiguiente, perdía mis documentos con mucha frecuencia (Los budistas dirían que me intentaba separar de mi "yo" terrenal, pero lo mío era peor).
En una de estas que "perdí mis papeles" (entiéndase en sentido literal y no figurado) extravié mi tarjeta sanitaria. La mandé a pedir dos veces y me llegó cinco años después. Justo al día siguiente de haber plastificado la fotocopia que llevaba a todas partes. En ella ponía que estaba jubilada. Pero no me iba a quejar a esas alturas teniendo en cuenta lo que me tardó en llegar.
El otro día en la farmacia, tres años después, se dieron cuenta de mi jubilación anticipada. No les ha gustado. Ahora tengo un dilema: ¿Debo rescatar la fotocopia plastifica del baúl de los recuerdos o decirle al farmacéutico que las anti-baby son para mi abuela (que en paz descanse y en paz nos deje)?

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