miércoles, 6 de julio de 2011

zzzZZZ

Cuando llega la hora de dormir se nos ocurren cosas que hacer: ya sean tareas que debimos haber cumplido de día o cualquier otra actividad que nos parezca divertida. Lo cierto es que por h o por b acabamos aplazando el momento del descanso como si de una cruel tortura se tratase. A pesar de estar agotados, solemos prolongar el desvelo y demorar la cita con los brazos de Morfeo.
Desde pequeños hemos guerreado a la hora de la siesta cual contienda espartana. Por lo menos había que rechistar, pues conseguir agotar a  nuestros padres era equiparable a saborear la savia de la victoria de nuestra pequeña pugna nocturna. Así comienza nuestra pesadilla al tener que despertar, esa fobia a los madrugones en los que  esas ricas sábanas que se nos pegan y nos aprisionan no pueden faltar.
En la adolescencia nuestros padres abandonan, poco a poco, esa insistencia por preservar nuestras horas de sueño; "no hagas ruido" pasa a sustituir el antiguo "acuéstate ya". Como no dormimos de noche, "recuperamos" el sueño en cuanto se nos brinda la posibilidad: en el metro, en clase, mientras vemos la tele por la tarde, etc.
La edad adulta tampoco se salva. No dormimos y si lo hacemos, poco y mal. Aparece el llamado "insomnio". De repente, no podemos conciliar el sueño a pesar de que necesitamos una una buena cabezadita. Así pues, no descansar se convierte en un problema.¿Quién nos lo iba a decir?
Hay quien dice que dormir es una pérdida de tiempo y que ya reposarán mientras mueran. Hay quien le saca partido a esas largas noches en vela (o por lo menos eso cree) y se deja inspirar por las musas del desvarío. Eso he intentado hacer yo y de la mano de Hipnos me despido. Dulces sueños.