sábado, 25 de agosto de 2012

El chico de la sonrisa

En una boda te vi. Tu sonrisa fue lo primero que me llamó la atención de ti. No conocías a los novios y te aburrías porque a quien habías acompañado se divertía sin ti. De buenas a primeras decidiste marcharte a buscar música más animada por otra parte.

No sé lo que encontraste porque nunca me lo contaste, pero está claro es que no te entretuvo porque volviste. Me sorprendiste pues no esperaba verte más. Aún así, charlamos y reímos como si de toda la vida nos hubiésemos conocido. Conseguí ponerte con los dientes lasrgos al describirte el postre que te habías perdido. No bailaste conmigo porque te daba vergüenza. No obstante, te ofreciste a congelar con la cámara los momentos felices de la noche.


Entre foto y foto descubrí que conducir te encantaba; que, pese a ser tan joven, habías acabado la carrera y ya trabajabas; que tu pasión eran los ordenadores y que te gustaba practicar deporte y estar con los tuyos. Me demostraste que eras un buen amigo porque, pese a aburrirte como una ostra conmigo, te quedaste.

La media noche se acercaba y, aunque no era Cenicienta, mi tiempo se agotaba. Debía dormir un par de horas antes de montarme en el tranvía, coger dos trenes y dos aviones antes de llegar a mi nuevo destino.
Como buen informático maniático no me diste tu correo. No esperaba otra cosa, pues durante la noche me había dado tiempo de descubrir que había una parte de tu profesión a la que temías  a la vez que respetabas y con mucho cuidado tratabas. Lo que nunca me hubiese imaginado es que otra de tus pasiones hubiese podido acabar contigo.

Esta mañana cuando abrí el correo supe que algo malo te había pasado. Recibí un link de lo que parecía ser un blog tuyo. Extrañada empecé a leer y descubrí que lo habían abierto tus más allegados para recordarte. No sé si allá donde quiera que estés tendrás internet, pero como veas la cantidad de fotos y datos tuyos que circulan por la red puede que pongas la misma cara que cuando viste a la recién casada dándome un beso en la boca su marido al lado. No tardaste en entender que simplemente era una muestra de cariño de unas amigas que nunca se ven (y unos tacones traicioneros que te hacen perder el equilibrio). Así pues, me regalaste una de tus mejores sonrisas. Una que nunca olvidaré.